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Cuando menos se piensa se encuentra de frente con el desierto. De un amarillo profundo que pasa a tonos más suaves y se diluye en ocres, poco a poco, hasta experimentar al fondo del mismo la sensación de estar frente al mar.
“Ese no es el mar, el mar está para el otro lado y no se ve desde aquí”, le puede decir con tono de burla un poblador y le explica, “Lo que usted está viendo es un salar. En tiempos inmemoriales, hasta aquí llegó el mar y tras irse yendo poco a poco lo que quedó fue un inmenso depósito de sal que los indígenas explotan cada tanto”, comentan los lugareños.
El viaje sigue y entre cardos, matas de yotojoro, que es la única que sobrevive en este desierto y es considerada casi sagrada por los Wayú, pues de ella depende gran parte de su subsistencia.
Más adentro del desierto, empiezan a aparecer personas, ataviadas con indumentarias típicas y con la cara cubierta de una capa negra (protector solar natural) unas montadas en burros que con andar cansino parecen marcar el tiempo en estas lejanías, otras a pie y lo más increíble, en bicicleta. No te lo puedes creer…
En La Guajira no hay nada bajo el viento. Solo desierto, yotojoro y chivos… muchos chivos. Son el soporte de su economía y moneda oficial de la comunidad, tanto que para que una Wayú se pueda casar, su futuro esposo debe aportar una dote de chivos.
Ropa cómoda, equipo de viaje
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